29 abr 2011

El general sí tiene quien le escriba

Esa canción ya tiene mas de 50 años...
 
En la inauguración del Congreso del Partico Comunista de Cuba, el general Raúl Castro lamentó públicamente la ausencia de una generación preparada para el reemplazo de la vieja dirigencia. Sin embargo, esa generación existe, otra cosa es que no confíen en ella y en el giro político que quieren dar a la isla.

A los que frisamos los cuarenta o los cincuenta, por lógica la generación del cambio, nos ha tocado lidiar con no pocas decepciones. El llamado 'hombre nuevo' no funcionó, porque no hemos sido marionetas atontadas por el discurso político. Los que nacimos en los años sesenta y setenta crecimos favorecidos por los mejores logros revolucionarios: sanidad de buena calidad, educación con buen nivel y formación en valores nacionales y éticos. No es poco. Pero también vivimos bajo la mirada imperturbable de unos padres autoritarios que a la mínima discrepancia nos recriminaron la 'ingratitud'.

¿Dónde está el reemplazo generacional? Le responderé a Raúl Castro, por si no lo sabe. Buena parte fuera de Cuba, con negocios propios o trabajando para empresas de otras latitudes, cuando nos hubiera gustado aportar esa creatividad en nuestra propia casa. Sin embargo, de manera metafórica estamos presentes, aportando parte de lo que ganamos, bien en concepto de remesas, medicinas, o cualquier insumo que se necesite, allá donde nada se produce y todo se compra en moneda dura.

Hoy usted llama a los cubanos a actualizar el modelo socialista, ese tipo de cambio de rumbo no es nuevo. Esa llamada a la rectificación, el mea culpa entonado de la autocrítica a estas alturas recuerda procesos similares. En 1986 -hace casi treinta años- el partido entró en un proceso de rectificación de errores y tendencias negativas -prometo que no miento, así lo llamaron-. Entonces yo dirigía un núcleo de base de las Juventudes Comunistas en la Universidad, me consta que desde entonces, la mayoría era escéptica a que el cambio llegara realmente. Los errores más comunes, desvío de fondos del Estado, corrupción, nepotismo, etc. se han seguido repitiendo como una constante y del proceso ese nadie se acuerda.

Desde los catorce años me adoctrinaron ideológicamente para seguir a la Revolución. La universidad, particularmente la carrera de Historia, me enseñó a pensar con cabeza independiente y crecí libre, a fuerza de leer y repasar mil veces la epopeya cubana en el siglo XX.

No callé ante lo que consideré errores en los métodos de la disciplina partidista y por ello nos llevamos más de un disgusto. Me negué a expulsar con actos de repudio a los que pedían abandonar la militancia, o marchar al campo en pleno verano, o a quienes abandonaban el país. Tampoco quise vigilar a los católicos, pues en los ochenta la Universidad era para los revolucionarios y ellos estaban excluidos.

Cuando empecé a trabajar en 1989, fui testigo y parte de la destrucción de los fondos documentales del viejo Banco Nacional. Era una orden ministerial apoyada alegremente por la dirección del partido, pues contribuía a la recuperación de papel para el reciclado. La operación se detuvo porque algunos la denunciamos. Pagamos luego con el ostracismo intelectual durante varios años.

Años después, ingresé en el Partido Comunista, y el panorama era peor que en las Juventudes. En las discusiones sobre el documento base del V Congreso del Partido, (1997), el Departamento de Historia de la Universidad de La Habana discrepó con buena parte del texto, plagado de errores históricos (si las actas se conservan me darán la razón), pero el documento había que aprobarlo de todas maneras, así era la disciplina del partido. No se podía discrepar de lo que venía de lo alto.

Dos años después me expulsaron de sus filas. El desliz cometido fue solicitar permiso para pasar otro año en España y concluir el doctorado en la UPV/EHU. Contaba con el respaldo de mis colegas, del Departamento de Historia en la Universidad de La Habana y los profesores del Departamento de Historia Medieval Moderna y de América de la Facultad de Vitoria-Gasteiz, pero ni así prosperó la solicitud. El autoritarismo y el miedo marcó la decisión de las autoridades académicas; en ausencia fui enjuiciada y condenada sin derecho a defenderme. La sanción académica implicó la expulsión del país y la pérdida de todos mis derechos en Cuba.

General Castro, hace treinta años el reemplazo generacional dentro del partido, ya buscaba su espacio y se le excluyó. Tampoco se ha hecho justicia a las voces discordantes que han permanecido en Cuba y por los que aún hoy siento respeto. Dudo que el pueblo cubano encuentre en el partido la 'ejemplaridad' necesaria, el carisma y liderazgo necesarios para marchar en la dirección que proponga éste congreso. Los malos métodos practicados durante años han dado ese fruto.

Recuperar el país de la falta de esperanza en la que está sumergido hoy necesitará de un sistema donde la gente realmente tenga participación y decida sus destinos con absoluta libertad. Hechos, general, no más promesas. Sólo así su partido recuperará credibilidad, sólo así sumará voluntades para continuar la obra.

HILDA OTERO ABREU | DOCTORA EN HISTORIA


Fuente: El Correo


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