Es imperioso que la comunidad internacional acompañe a la isla en su prédica por el retorno de la democracia.
Cuba parece moverse a dos velocidades. Por un lado, las reformas tendientes a la apertura de la economía van acompañadas de la posibilidad de disponer en el futuro inmediato de Internet de alta velocidad. Por el otro, el Estado cubano insiste en restringir el libre flujo informativo con acciones cada vez más represivas. Se trata de las dos caras de la isla, reflejadas en el nuevo informe del coordinador senior del programa de las Américas del Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés), Carlos Lauría.
Lo curioso es que el tendido del nuevo cable de fibra óptica en Cuba, anunciado por la dictadura de los Castro, no representa, lamentablemente, una garantía para el acceso irrestricto a Internet, como ocurre en la mayoría de los países. Es necesario que se eliminen todas las barreras legales para el acceso a la red y que los blogueros, entre los cuales se destaca Yoani Sánchez por su coraje al enfrentar al régimen con instrumentos precarios, puedan alojar sus sitios en dominios cubanos.
De concretarse esa aspiración, quizá demasiado osada para un orden represivo como el cubano, la isla comenzaría a emprender el camino de ida hacia la democracia y la libertad, aniquiladas durante más de medio siglo en nombre de una revolución que ya casi no tiene padrinos ni referentes en el exterior. En un cambio de estrategia, según Lauría, las prolongadas penas de prisión como castigo a la presunta traición que significa informar y opinar han sido reemplazadas por la persecución oficial de los periodistas independientes, caracterizada por detenciones arbitrarias de corta duración, golpizas, campañas de descrédito, persecuciones y sanciones sociales.
Esta penosa situación subsiste a pesar de la reciente liberación de los últimos periodistas encarcelados durante la embestida contra la prensa independiente en 2003, conocida como la "Primavera Negra". La mayoría de esos periodistas fue conminada a abandonar el país. Tres se negaron, pero fueron liberados bajo licencia extra penal por razones de salud. Es una forma de libertad condicional que los vuelve vulnerables a ser arrestados otra vez.
A esos periodistas se les impidió cubrir las alternativas del congreso del Partido Comunista celebrado en abril y el aniversario de la Primavera Negra recordado en marzo. Es otra muestra de la mordaza que impone el régimen sobre la prensa independiente.
En este luctuoso panorama, la penetración de Internet en la isla es de alrededor del 14 por ciento. Las conexiones privadas son fuertemente restringidas. Para los periodistas independientes, las únicas alternativas son las conexiones clandestinas en el mercado negro o el acceso costosísimo en los hoteles, si no en embajadas extranjeras. Esto último, se entiende, tiene innegables connotaciones políticas y diplomáticas.
Por ese motivo, por primera vez un organismo internacional, que integra la Argentina, ha honrado a diplomáticos comprometidos con la causa de la democracia y los derechos humanos. El premio, que lleva el nombre de Mark Palmer, en honor al ex embajador norteamericano en Hungría, fue entregado durante la reunión Ministerial de la Comunidad de las Democracias en Vilnius, capital de Lituania. La única mujer premiada fue la holandesa Caecilia Wijgers, nominada por el Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (Cadal), presidido por Gabriel Salvia en Buenos Aires. A su vez, el Proyecto Puente Democrático de Cadal le otorgó a Wijgers el Premio a la Diplomacia Comprometida en Cuba 2009-2010, que compartió con sus colegas Ingemar Cederberg (Suecia) y Volker Pellet (Alemania).
En Cuba son los blogueros quienes están librando la batalla por la libertad de expresión y merecen el mayor apoyo posible del exterior, de modo que no se sientan solos en su lucha por un necesario y deseable cambio de régimen.
El gobierno argentino, siempre renuente a denunciar las graves violaciones a los derechos humanos de los Castro, debería tomar nota de esta auténtica lucha por los derechos y las libertades, y brindarles su respaldo en lugar de verlos como traidores a una causa que, en teoría, está en las antípodas de su propio pensamiento. Mucho habrían hecho los gobiernos extranjeros si, durante la dictadura militar argentina, hubieran denunciado el drama de los desaparecidos que, no casualmente, Fidel Castro en persona procuró omitir. Lo hizo para no entorpecer la estrecha y paradójica relación de la Argentina con su principal comprador de granos. Ese capítulo ominoso no figura en la versión kirchnerista de la historia.
Fuente: La Nación
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