Lula da Silva junto a Raúl Castro |
Brasil insiste en pasar de potencia económica a líder hemisférico. Su voz está presente en todos los foros, ya sea pidiendo un escaño permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU o apoyando a Europa en sus maniobras para sortear la crisis económica, como ofreció esta semana la presidenta Dilma Rousseff.
Brasil es el único país americano, a excepción de EEUU, con las características requeridas para ser líder: Tamaño, población, PBI y respeto internacional. Pero para liderar no solo debe pretenderlo, sino asumirlo. Tiene que meterse en asuntos no tan simpáticos, perder el miedo a tomar acciones que polarizan y sobre todo debe, bajo el principio de la universalidad, denunciar los atropellos sistemáticos de los derechos humanos, así ocurran en Cuba como en China.
Bien o mal, el ex presidente Lula da Silva asumió acciones de este tipo. Convencido de que algo malo había sucedido en Honduras, dio refugio al ex mandatario Manuel Zelaya en su embajada de Tegucigalpa y cabildeó para que Honduras fuera expulsada de la OEA.
Ahora es la presidenta Dilma Rousseff quien tiene en sus manos una oportunidad inmejorable para asumir el liderazgo. Si Brasil denuncia y reclama al régimen de Cuba por las violaciones actuales a los derechos humanos, no solo reivindicará la sed de libertad del pueblo cubano, sino que romperá la parsimonia timorata de sus pares latinoamericanos, que sucumben a la propaganda castrista -y del presidente venezolano Hugo Chávez- sobre que los principios de soberanía y no intervención, les impiden inmiscuirse en asuntos internos para denunciar los abusos.
Esa inmunidad, permite a los hermanos Raúl y Fidel Castro seguir aplastando las libertades. La Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional (CCDHRN) denunció que en setiembre las autoridades detuvieron a 563 personas por motivos políticos, más del doble de las detenciones que se registraron en cada uno de los meses anteriores del año y la cifra más alta de las últimas tres décadas. Corroboran esta tendencia los informes de los últimos dos años, tanto de Amnistía Internacional como de Human Rights Watch y la Sociedad Interamericana de Prensa, que demuestran que la situación de los derechos humanos y el clima de libertad de expresión, lejos de mejorar, continúan deteriorándose.
Lo más extraño es la doble moral de la mayoría de gobiernos de la región, que esquiva denunciar a la dictadura cubana, aunque hayan ensalzado a los recientes movimientos populares democráticos en los países árabes. Cuba y Venezuela vienen comprando ese silencio a base de petróleo más barato, insultos diplomáticos y estrategias propagandísticas. La más urdida fue la de hace dos años, cuando Chávez cabildeó para que Cuba sea readmitida en la OEA y logró la aprobación de la asamblea. Enseguida, Fidel Castro desairó a todos y despotricó contra el organismo "prestado a los intereses del imperio". En realidad, nadie comió el anzuelo. La reinserción, equivalía a que su gobierno debía asumir responsabilidades en materia de democracia y derechos humanos, aspectos que desprecia.
Los Estados latinoamericanos no deberían estar tranquilos ni sentirse exonerados de exigir responsabilidades al régimen. Aunque Cuba no se someta a la Carta Democrática Interamericana o a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, la Convención de Viena de 1969 establece el vigor de tratados internacionales, como la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, por encima de disposiciones de su derecho interno y de su Constitución, lo cual la hace igualmente responsable ante el universo, por violaciones a los derechos humanos o crímenes de lesa humanidad, como muchos que parecen cometerse en ese país.
Si se examinan las agresiones que las turbas gubernamentales provocaron contra las Damas de Blanco en las últimas semanas, los arrestos continuos de disidentes, las trabas a la circulación de personas en el territorio nacional y a la libertad de expresión, se podrá advertir la mano de las autoridades detrás de todas esas transgresiones.
Ni Cuba ni cualquier otro Estado pueden escudarse detrás de los principios de soberanía y no intervención. Ya nadie tiene excusas. Pero algunos países, por su potencial, como Brasil, tienen mayores responsabilidades y deberían asumirlas.
RICARDO TROTTI
Fuente: El Universal
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