23 ago 2010

Julio Lobo, el millonario que financió al Che

Julio Lobo
La historia del Rey del azúcar. Su relación con los revolucionarios, con Ernesto Guevara. Y su leyenda que aún pervive cada vez que un cubano dice: “Rico, como un Julio Lobo”






Cuba parece tan somnolienta y en proceso de desmoronarse que hace falta un salto de fe para imaginar los días en que alguien era considerado allí “el hombre más rico del país”. Sin embargo, hubo muchos cubanos ricos desde que Cristóbal Colón introdujo la caña de azúcar en América, en 1493. Y entre esos multimillonarios ninguno se acercaba en riqueza a Julio Lobo, que en sus tiempo fue el “Rey del Azúcar de La Habana” y, en realidad, del mundo.

Desde hace mucho que la revolución de Fidel Castro terminó con hombres como él, aunque no pudo borrar su memoria. Hasta el día de hoy, cuando en La Habana se refieren a alguien con una gran fortuna dicen: “es rico como un Julio Lobo”. Es notable que la frase haya sobrevivido a casi 50 años de comunismo en la isla. Pero la vida de Lobo tuvo mucho de notable, y su pasado todavía ilumina el presente. Durante mis investigaciones para una nueva biografía suya, descubrí que en la noche deI 11 de octubre de 1960 Ernesto “Che” Guevara lo convocó a su oficina del banco central para pedirle ayuda.

Bajo y de rostro severo Lobo, que entonces tenía 62 años, era la fuerza más importante en el mercado mundial del azúcar: manejaba aproximadamente la mitad de los seis millones de toneladas de ese producto que Cuba, que era el mayor exportador del mundo, producía anualmente. Además, era un genio de las finanzas y se estimaba que su fortuna personal superaba los u$s 200 millones (que equivalen a u$s 5.000 millones de hoy).

Por otra parte, no todo lo relacionado con Lobo tenía que ver con el dinero. Era culto, famoso por su colección de arte y, fuera de Francia, era quien poseía la mayor cantidad de objetos vinculados con Napoleón. Políticamente, Lobo era un enigma. Por su matrimonio estaba conectado con la Condesa de Merlin –escritora cubana que se había casado con uno de los generales franceses de la época napoléonica y cuyo tío había llevado a Cuba el primer molino azucarero a vapor– sin embargo, pese a estos recuerdos imperiales, Lobo se opuso ferozmente al corrupto gobierno del presidente Fulgencio Batista. “No nos importaba quién derrocaba a Batista, siempre que alguien lo hiciera”, dijo una vez. Un recibo hallado entre sus papeles muestra que financió a los rebeldes de Castro con u$s 25.000.

En aquella noche de octubre en que Lobo viajaba desde su casa, en el oeste de la ciudad, hasta el banco central, en la ciudad vieja, habían pasado menos de dos años desde que Batista había huido de la isla. Gran parte de las tierras de Lobo habían sido confiscadas por el líder rebelde al que había ayudado, pero todavía no sus ingenios. Sin embargo, el empresario se negaba a irse de Cuba. Y tampoco había unido su voz a la de los anticastristas.

Cuba tiene una historia más matizada de lo que la mayoría de los relatos sugiere y para mí, son las contradicciones que surgen de esa entrevista a la medianoche entre Lobo y Guevara, en una oficina del centro de La Habana, lo que la hacen una historia tan cubana. Invalida muchas de las ideas preconcebidas sobre lo que Cuba era, es y, tal vez, puede ser todavía.

Cuando iba a reunirse con Guevara, Lobo, que sabía de otras historias de confiscaciones, ya había hecho planes para que su familia emigrara. El edificio del banco central al que llegó, en la calle Lamparillo, estaba a tres cuadras de su casa de exportación e importación Galbán Lobo, el núcleo central de sus operaciones globales, que tenían oficinas en Nueva York, Londres y Manila.

Lobo salió del auto y se dirigió al edificio. Caminaba rengueando desde que había sufrido un intento de asesinato 14 años atrás, en 1946. Le habían volado parte de la cabeza después de negarse a pagarle u$s 50.000 a una banda de mafiosos cubanos. Las balas de ametralladora también le quebraron la pierna derecha y la rodilla izquierda. Tenía una bala alojada cerca de la columna vertebral.
Resultados de la inversión

Guevara llevaba apenas unas semanas como presidente del banco central, pero dentro del edificio ya había mucho desorden, con papeles cubriendo el piso. Estas no eran señales alentadoras para Lobo, pero Guevara lo saludó con cortesía. Los dos hombres no podían ser más diferentes. Guevara, el ardiente revolucionario, estaba vestido con uniforme de combate y tenía un revólver sobre el cristal del escritorio. Este era el hombre que más tarde le explicaría a los cubanos que la razón por la que los rusos que llegaban a la isla vestían tan mal y olían a transpiración era que el jabón es superfluo en una revolución genuina. En cambio Lobo, el archicapitalista, era atildado, usaba colonia Imperiale de Guerlain, y daba fiestas literarias en su ingenio favorito, Tinguaro.

Mientras Guevara era la cara del “Nuevo Hombre” cubano, que creía fervientemente que el individualismo debía desaparecer, se decía que Lobo había llenado una de las piletas de natación de su casa con agua perfumada para que la actriz de Hollywood Esther Williams –estrella del film Escuela de Sirenas– pudiera practicar sus rutinas cuando lo visitaba.

Pero aunque eran personalidades opuestas de tantas maneras, Lobo y Guevara tenían mucho en común. Ambos eran profundamente racionales, Guevara siguiendo las teorías del comunismo internacional, Lobo respondiendo a ideales de la ilustración. Los dos eran solitarios. Los terribles ataques de asma de Guevara a menudo lo mantenían separado de los demás, mientras su cáustico humor argentino no siempre combinaba bien con el humor irreverente de los cubanos. En cuanto a Lobo, solía decir que Napoleón era un personaje solitario, lo mismo que él.

Además, ambos eran francos hasta caer en la brutalidad. Y generaban fuertes lealtades. Lobo era bien considerado por sus empleados. Visitaba con frecuencia sus plantaciones y, tras la revolución, sus trabajadores enviaron delegados a La Habana para pedir que sus ingenios no fueran nacionalizados.

Al igual que Guevara, el empresario era escrupulosamente honesto. En realidad, esa noche Lobo creía que Guevara había pedido verlo para hablar del dinero que se le debía por la construcción del Riviera y el Capri –dos de los más deslumbrantes hoteles con casino que se habían inaugurado en la capital cubana en la década de los 50– porque él había ayudado a financiarlos. De hecho, Guevara le explicó a Lobo que sus ayudantes habían examinado atentamente las cuentas del empresario y no habían encontrado irregularidades. Por eso, “lo habían dejado para el final”. Esa noche el objetivo de Guevara era simple. Cuba y el azúcar habían funcionado como hermanos siameses desde que los británicos ocuparon La Habana en 1762 y abrieron la isla a la trata de esclavos. Desde entonces, el azúcar, junto con la riqueza que generaba y la mano de obra que las plantaciones requerían, habían marcado el rumbo del país. “Sin azúcar no hay país” es la famosa frase que definió la isla. Lo que querían informarle a Lobo es que Castro iba a apoderarse de 14 de sus ingenios pero Guevara quería convencerlo de que se quedara en Cuba. Quería su talento empresarial, que era indudable.

Unos meses antes, el mercado del azúcar se había desplomado porque las refinerías estadounidenses se negaban a comprarle a Cuba, con la esperanza de debilitar al gobierno revolucionario. Lobo descubrió que estaba varado con un gran cargamento a bordo del buque japonés Kimikawa Maru y decidió hacer una jugada locamente audaz: reservó todo el espacio de carga disponible en los buques azucareros con lo que, de hecho, aisló a EE.UU. del suministro internacional de este producto. Cuando el mercado subió, Lobo le hizo tragar su precio a las refinerías norteamericanas. Unos días antes de que comenzara el bloqueo de Lobo, Pepsi Cola se había negado a comprar a 5,30 centavos la libra de azúcar. Después de unos días de las tácticas del empresario cubano, los compradores estadounidenses aceptaron un precio 50% más alto que ese.

Para Guevara, la osadía empresarial de Lobo concordaba con el heroísmo militar de los propios revolucionarios y, siempre con cortesía, le dijo que había llegado la hora de tomar una decisión. La revolución era comunista y él, como capitalista, no podía permanecer como era. Podía quedarse y ser parte de ella, o irse.

“Es imposible para nosotros permitirle a usted, que representa ‘la idea misma’ del capitalismo en Cuba, permanecer tal cual es”, le dijo Guevara. Lobo señaló que el líder soviético Nikita Khrushchev creía en la coexistencia pacífica de los dos sistemas de producción. La respuesta fue que eso estaba muy bien entre naciones, pero no dentro del mismo país. Viéndose en un callejón sin salida, Lobo preguntó cómo podría integrarse y Guevara puso sus condiciones: Lobo se convertiría en una especie de gerente general de la industria cubana del azúcar, a cargo del ministerio correspondiente. Perdería todas sus propiedades, pero se le permitiría conservar los ingresos de Tinguaro, su ingenio favorito.

Para ganar tiempo, el empresario le dijo a Guevara que quería unos días para considerar su oferta, aunque en realidad ya se había decidido: dos días después tomó una avión para Nueva York llevándose sólo su cepillo de dientes. Dejó atrás sus cuadros de El Greco, sus palacios, sus grandes empresas y los rizos de pelo de Napoleón. Al día siguiente el gobierno cubano nacionalizó sus activos azucareros y se constituyó en custodio de sus obras de arte y sus antigüedades, sin dejarle prácticamente nada.

A continuación Lobo hizo otra fortuna, negociando contratos a futuro de azúcar en Wall Street, pero volvió a perder sus millones y terminó sus días exiliado en Madrid, ayudado económicamente por sus dos hijas. Desde muchos puntos de vista, Lobo previó todo esto tras su reunión con Guevara. Cuando estaba preparándose para dejar la isla le dijo a su secretario: “Esto es el fin”. Cincuenta años más tarde, esas palabras vuelven a ser verdad en Cuba.

Mientras la isla avanza trastabillando hacia el final del régimen de los hermanos Castro, la gente suele especular sobre qué ocurrirá a continuación. Una vez, un amigo en La Habana me dijo que tratar de predecir el futuro de Cuba es ridículo porque ha sido tanta la gente que ha estado tan equivocada. Hay demasiados imponderables.

Por un lado está la intransigencia del gobierno. La liberación de 52 presos políticos en julio, por ejemplo, es vista en general como una maniobra táctica y no un cambio político real. También está la persistente y controvertida presencia del embargo estadounidense, aunque esto es cada vez más un concepto y no un hecho: las ventas al contado de alimentos y medicinas implican que EE.UU. ya es el quinto socio comercial de Cuba.

Lo que sí es indudable es que la gran era del azúcar ya es cosa del pasado. Dos tercios de los ingenios de la isla han cerrado y el sector no puede competir con otros productores eficientes. Ochenta años atrás, Luis Machado, un prominente empresario de La Habana, reflexionó sobre la épica lucha de Cuba por su independencia (primero, contra España; después, contra EE.UU.) con palabras que todavía son relevantes. “Tres generaciones de cubanos han combatido y muerto por la libertad, la soberanía y la independencia de nuestra gente. El desafío de nuestra generación es económico y social. Si nuestros padres forjaron una Cuba independiente, nosotros tenemos que hacer que nuestro país sea no sólo rico, sino cubano”.

Es irónico que el gobierno cubano, tras pasar tantos años atacando el pasado previo a la revolución, ahora quiera volver a vigorizar la economía siguiendo un rumbo que Machado y Lobo podrían reconocer como propio. En abril, Raúl Castro se dirigió al Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas diciendo que el principal campo de batalla de la revolución no es político, sino económico. Insistió en que Cuba necesita una economía sólida y dinámica, y agregó que la legislación paternalista tiene que desaparecer, lo mismo que las nóminas infladas: las compañías estatales tiene un millón de trabajadores de más. Además, dijo también que la paga tenía que estar ligada a los resultados. Fue un discurso bastante radical para tratarse de un comunista de 78 años. Pero Raúl ha dado discursos similares y fue poco lo que cambió.

La razón más obvia es que deshacer lo que los cubanos llaman el “embargo interno”, refiriéndose la burocracia y la tradicional antipatía estatal por el espíritu emprendedor individual, es un proceso tortuoso que, además, podría socavar al propio Estado revolucionario.

Pero el proceso puede haber empezado ya. En febrero, Orlando Zapata, un activista de los derechos humanos murió tras 86 días de huelga de hambre. Es extraño que el gobierno haya permitido que muriera, y el hecho de que pasara sugiere que las viejas estructuras de comando y control se podrían estar desintegrando.

JOHN PAUL RATHBON
Tomado de: Cronista


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  • 5 comentarios:

    1. como hay gobernantes , con tan poco corazon , gente sin escrupulos , no respetando los derechos de las personas , no importandoles , que sufren de hambre, miserias, mientras ellos lo pasan de lo mejor, no sienten remordimientos ,pero LLEGARA EL DIA , COMO DICE LA PALABRA DE DIOS , QUE TENDRAN QUE RENDIR CUENTAS, ANTE ESE JUEZ JUSTO Y QUE NADIE ESCAPARA

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    2. Más increíble es que haya miles de Uruguayos que quieren vivir como los cubanos !!

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    3. que fácil es para esos disque revolucionarios-socialistas, llegar al poder, quitar las tierras, propiedades y empresas a gente de estudios, de trabajo, que se la jugo y logro un patrimonio, para luego ser despojados y humillados y lo peor de todo que toda esa fortuna y esos negocios no lo pudieron mantener y peor hacer crecer por ignorantes e inútiles que son, simplemente llegaron, tomaron las cosas y se las comieron. Estos son una verdadera plaga, pero seguiremos luchando por la libertad y el desarrollo. El ejemplo esta clarisimo señores: Cuba no es nada.

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    4. ah y me da pena este señor Lobo, que fue engañado como miles de cubanos, al final lo jodieron y lo traicionaron( típico en esta gente) y vaya lo que tubo que pagar el hombre: le quitaron toda su fortuna, bueno pues aprendió muy bien la lección, simplemente con esta gentuza no se puede llegar a nada bueno, no hay que dejarles hablar, no hay que prestarles atención, hay que "eliminarlos" desde el principio. Los ejemplos son clarisimos, estos no sirven sino para acabar los pueblos para empobrecerlos, para hundirlos.....
      Honduras libre y productiva, fuera los socialistas comunistas.

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    5. Realmente que estupidos e ignorantes che...parecen que no salen de la burbuja de su inhodoro.....dale sacale el papel celofan al cerebro y empeza a usarlo gil de 4t...tenes idea de lo que es geoeconomia vos o geopolitica.sino no escribas porque confundis al que empieza a acercarse a los temas politicos.....En fin estupidos traidores a no solo su pais sino a su flia...ya que las corporaciones se le meteran hasta los huesos.y tambien con estos tipos de padres que queres..

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