15 jul 2010

Horror en las cárceles cubanas

«Convivimos con ratas, cucarachas, alacranes, y les voy a hablar claro, como tiene que hablar una persona cuando tiene que decir la verdad: con mierda, señores, con excremento». Así comenzó a relatar Julio César Gálvez, veterano periodista condenado a 15 años de prisión por colaborar con medios como La Voz de América y El Nuevo Herald de Miami, un calvario que ha durado siete años. Desde que Fidel Castro intentó silenciar la voz de 75 periodistas, intelectuales o simplemente opositores que pregonaban las injusticias que se viven en la isla hasta que la negociación entre la Iglesia cubana y Raúl Castro –con el ministro Miguel Ángel Moratinos como invitado– ha concluido con el anuncio de la mayor liberación de presos políticos de la última década.
Los 11 primeros ya están en España. El martes llegaron siete, el miércoles otros dos y ayer los dos últimos. En su mayoría son periodistas e, invitados por sus colegas de Reporteros Sin Fronteras (RSF) y la Asociación de Prensa de Madrid, dieron ayer una multitudinaria rueda de prensa en la que ofrecieron detalles de su inhumana vida entre rejas.

EL DISTANCIAMIENTO / El primero en tomar la palabra fue Ricardo González, corresponsal clandestino de RSF y condenado a 20 años. Explicó que el pésimo trato que les dispensaron tras la Primavera Negra del 2003 mejoró algo como consecuencia de la presión internacional: «Gracias a la solidaridad pasamos de un trato peor a uno malo». Todos fueron enviados a cárceles «a kilómetros» de sus familias con el fin de distanciarles «para siempre», y, como muestra del deterioro de los centros penitenciarios, narró que tenían que idear sistemas para que las celdas no se inundaran. «Kafka no hubiera escrito algo peor», resumió el disidente.
«Las condiciones eran más que pésimas. Nos daban de comer potajes que los llamaban de jirafa. Cuando pregunté por qué, me dijeron que porque se te estira el cuello de tanto buscar qué tienen dentro. Nos daban, no solo a nosotros, sino a todos los presos, agua de plátano hervida o sebo de res. Incluso la tierra que habían pisado los animales, revuelta y hervida. Eso es lo que comen los presos en Cuba», lamentó Gálvez.
En su opinión, muchos prisioneros enferman de dengue y tuberculosis por la mala alimentación. Y también por el hacinamiento. «En celdas de tres metros conviven hasta 40 personas. Y en un penal hay tres edificios para tuberculosos con más de 1.500 personas», relató antes de denunciar que tampoco hay acceso al agua: «En algunas estancias ponen un tanque al día y durante 10 minutos. Había que correr para almacenarla. Y a veces se pasaban dos o tres días sin darnos agua». «O estaba contaminada», apuntaba desde la esquina de la mesa Lester González, panadero y activista de 33 años, condenado a 20 años por colaborar con publicaciones prohibidas en la red.

LAS AUTOLESIONES / Su compañero Normando Hernández, que necesitó atención médica después del paseo en taxi desde el hostal donde residen hasta el lugar de la rueda de prensa, relató que le ingresaron con tuberculosos, lo que no le provocó el desarrollo del virus, pero sí un problema gastrointestinal debido a las medicinas contra la enfermedad que le recetaron. Hernández afirmó que muchos reclusos «pierden la esperanza, el deseo de vivir y se autolesionan para que sean atendidas sus peticiones. Es un problema abismal en las cárceles cubanas». «Un recluso se introdujo dos agujas en los ojos para lesionarse. Estaban tan agobiados que algunos envolvían sus cuerpos en colchones y les prendían fuego y otros se inyectaban petróleo en sus miembros inferiores», aseguró.
Omar Rodríguez, por su parte, se refirió a la guerra psicológica a la que fue sometido. «Como me negué a hablar con el instructor, me provocaban diciéndome: '¿Tú qué harías si te trajésemos a tu hijo muerto?». Rodríguez explica orgulloso que escribió un diario en prisión que nunca le confiscaron y que pretende publicar en cuanto pueda en España.

PATRICIA MARTÍN

Tomado de: elPeriódico


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